Qué trastorno del sueño afecta más a nuestras arterias?
Las pausas respiratorias y las interrupciones del sueño producen un estado proinflamatorio
Dormir y tener un sueño reparador es fundamental para todos. Sin embargo, no siempre es fácil. Existen diferentes trastornos del sueño que impiden este descanso: insomnio, apnea obstructiva del sueño, síndrome de piernas inquietas...
Su origen es muy variado. Pueden aparecer como efecto de otras enfermedades o bien ser un factor de riesgo para el desarrollo de ciertas patologías.
En todo caso, la privación del sueño a largo plazo afecta a la salud. Y las secuelas por no descansar bien son muy variadas: desde tener un sistema inmune debilitado hasta presentar problemas de memoria, pasando por depresión, problemas cardio y cerebrovasculares, obesidad...
En el caso del corazón, «cuando dormimos la frecuencia cardíaca y la presión arterial disminuyen. Esto se debe a que durante el sueño nuestro sistema nervioso parasimpático controla esos parámetros», explica la doctora Irene Rubio, neurofisióloga y responsable de la Unidad del Sueño del Hospital Quirónsalud Sur, en Alcorcón (Madrid).
«Este descanso –prosigue– nos previene de sufrir arritmias cardíacas, arterioesclerosis, insuficiencia cardíaca, enfermedad coronaria y cerebrovascular».
En cambio, aquellos trastornos del sueño que lo interrumpen y lo convierten en un sueño de mala cantidad y menor cantidad hace que el sueño, como explica la doctora Rubio, «no pueda ejercer su papel protector y antiinflamatorio de tal modo que el paciente puede desencadenar una enfermedad cerebrovascular con el tiempo».
Y en el caso de las arterias, «la apnea obstructiva del sueño es la patología respiratoria que más les afecta. Las continuas desaturaciones de oxígeno y pausas respiratorias, así como la interrupción persistente del sueño producen un estado proinflamatorio en el organismo con el consiguiente síndrome metabólico, que incluye el aumento de la tensión arterial», detalla Rubio.
Esta situación puede influir en la generación de un ictus. De hecho, entre un 20 y un 60% de pacientes con ictus tiene alguna alteración del sueño de base. Y después de sufrir un ictus aumentan los trastornos respiratorios debido a que se colapsa más la vía aérea superior secundaria.
En cambio, «un sueño reparador mejora la función endotelial y ayuda a disminuir la presión arterial. Esta relajación provoca una bajada fisiológica de la presión arterial de entre un 10 y un 15%», detalla la doctora Berenice Keller, médico especialista en Cardiología del Instituto del Corazón Teknon.
El insomnio, la hipersomnia, las parasomnias, los trastornos del ritmo circadiano y los movimientos periódicos de las piernas también dañan las arterias al mermar la función protectora del sueño.
Un asunto que no es baladí precisamente. Así, cada año se producen más de 120.000 ictus en España, de los cuales un 15% fallece y prácticamente la mitad queda con secuelas graves. Y eso que el 90% de los casos se puede prevenir con unos hábitos de vida saludables.
Entre ellos, controlar la hipertensión, el colesterol, la diabetes o las arritmias, evitar el consumo de tabaco y alcohol, el estrés, la obesidad, la vida sedentaria y dormir bien.
Y para poder tener un sueño reparador, es necesario seguir unos patrones «tanto de día como de noche para que nuestros ritmos internos y los marcadores externos como la luz estén sincronizados y el organismo pueda funcionar correctamente», recomienda la doctora Rubio.
En cuanto al tiempo, «dormir menos de seis horas al día se asocia más posibilidades de desarrollar obesidad, aumento de azúcar en sangre, hipertensión arterial, aumento del colesterol y los triglicéridos. Estudios han demostrado que aquellas personas que duermen menos de seis horas al día habitualmente y que no tienen una enfermedad cardíaca, tienen hasta un 20% más riesgo de sufrir un infarto de corazón y más posibilidades de desarrollar una insuficiencia cardíaca», asegura Keller.
En este sentido, se recomienda dormir entre siete y ocho horas, ya que dormir menos es perjudicial.
En cuanto a la calidad del sueño, «es posible –prosigue Keller– que una persona duerma ocho horas y aún así tenga falta de sueño» porque se vea interrumpido varias veces durante la noche. En este sentido, «dormir mal puede provocar una falta grave de sueño, lo que lo hace tan perjudicial como dormir poco», añade.
Pero al igual que dormir poco es malo para la salud, hacerlo de más tiene sus consecuencias, ya que puede producir una alteración del ciclo normal de sueño-vigilia y favorecer el desarrollo de otros trastornos del sueño como el insomnio. Y no solo. «Dormir más también se ha asociado a desarrollar enfermedades cardiovasculares», afirma Keller.
Fuente larazon.es